Tras los ajustados resultados de las elecciones del domingo pasado, en las que el oficialista Nicolás Maduro se impuso por poco más de 200 mil votos al opositor Henrique Capriles, ambos han decidido permanecer anclados en sus posiciones, llevando al país a un preocupante estado de tensión.


Desde temprano, el sorpresivo anuncio de la proclamación de Maduro como presidente tiró por la borda las esperanzas de quienes contaban con que una auditoría –solicitada por uno de los rectores del Consejo Nacional Electoral, exigida por la oposición, y aceptada por Maduro en su discurso triunfal– ahuyentaría los miedos de inestabilidad y violencia en las calles.

Las reacciones opositoras no se hicieron esperar. Capriles pidió que no se celebrara la proclamación, y amenazó con cacerolazos y distintas protestas para defender sus reclamos. Durante todo el día, además, cientos de personas se manifestaron en la plaza Altamira, donde hubo enfrentamientos con la Policía.
De nada sirvió. Maduro fue proclamado, hubo cacerolazos y es imposible predecir cuándo o cómo podrá resolverse la crisis.

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